Si la felicidad fuera una carrera, en eso, papá, fuiste campeón.
Tuviste una vida familiar plena, no sólo con tu familia de sangre, ni con tu familia política, si con amigos que sentiste como tu familia, y por supuesto, con la gran familia motorista que creció a lo largo de tu vida, mientras vivías tu pasión, las motos.
A todos ellos les hubiera gustado venir a despedirte, papá. Y lo hubieran hecho de no haber sido por este maldito virus. Estoy convencido que hubiéramos escuchado llantos rasgados en forma de cortes de encendido. Aunque no estén físicamente, lo están en sus corazones al mismo tiempo que sus pupilas pasan detenidamente por cada uno de estos caracteres en su pantalla.
Como decía, este Gran Premio de la felicidad, lo ibas ganando. Todavía quedaban curvas en las que frenar y tumbar y muchas rectas en las que acelerar. No obstante, las carreras, como la vida, a veces se acortan por situaciones ajenas y descontroladas.
La bandera de cuadros cayó antes de lo previsto.
Disputaste la carrera de la felicidad y saliste vencedor. Ya sólo te queda la vuelta de honor. Buen viaje, y disfrútala, CAMPEÓN.
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